RUTA: EL FRAGOR DEL AGUA

Itinerario de la próxima ruta literaria.

-Próspero, te me has ido.
Tronó de nuevo por la Carcama. La vieja elevó la mirada hacia la roca, observando las grajas que volaban nerviosas, en círculos, barruntando con sus graznidos la tormenta.
-Vine a buscarte: va a descargar una buena.
Le habría gustado que el hombre abriera los ojos y lanzara aquel destello dulce a que la tenía acostumbrada.
         ***
-Podría hacerse todo aquí mismo.
-Lo que hay que hacer, se hace bien o no se hace.  Tu sitio está con el chico en Castelbejal, donde además naciste.
-¿Y tú qué?
-Con darle todos los días a los bichos y arreglar un poco el huerto…
Mientras aguanten las piernas no me da miedo el trabajo, ni me ha de faltar un trozo de pan que llevarme a la boca.
-Si Dios lo quiere, me moriré  en la cama.
-Si Dios lo quiere.
        ***
-¿Vas bien, Próspero?
-Voy a caballo, así que……
-Con más tiempo te habría hecho un barrastre.
-Deja, mujer, ahora ya igual se nos tiene…..
A la luz de la luna la vieja distinguió una raposa bebiendo en la torrentera. El animal se deslizó entre las carrascas al oír los cascos de la Rosa.
-Ahora lo mismo veo al chico.
La vieja, aunque no hiciera frío, sintió un estremecimiento.
-¿Cómo tendrá la cara?
-No te oigo casi. Próspero, habla más alto. ¿Qué me has dicho?
-Nada, que me gustaría ver al chico

Este diálogo entre la vieja y su Próspero, entre la vida y la muerte enmarcado en el realismo mágico, es lo primero que te encuentras al empezar el libro y es tan entrañable y a la vez tan sereno, con esa capacidad de asimilar acontecimientos, propia de las personas que encuentran todas sus respuestas en la naturaleza que las cobija, que ya te sientes seducida y no puedes parar de leer hasta que se acaba la última palabra.
A la vez me viene a la memoria el mensaje que nos envía Shakespeare en “La Tempestad” poniéndolo en la boca de su Próspero, el colonizador de la isla a través de la magia: "Nosotros somos hechos de la misma materia que los sueños".
Nuestro hombre y su vieja hace mucho, y para siempre, que han convertido en mágicas estas sierras turolenses con tan sólo su esfuerzo diario.

La encontró en el balcón, con su chal azul, de punto, encima  del camisón blanco que brillaba a la luz platinada de la noche.
-Vas a deshora.
-A Castelbejal.
-¿Qué te lleva por allí? ¿El de la mula es Próspero? Vaya por Dios.
-Voy a enterrarlo
-Vaya por Dios.
La Purisma miró la Carcama.
-A veces la tormenta arrambla con todo lo que encuentra a su paso. Fíjate mañana por la mañana: falta el enebro más viejo, el de debajo de la Peña del Cuchillo, la que indica mediodía cuando hay sol si uno sabe leerla. Estaba y ya no está.
Ya me fijaré, Concha, ¿subirás a verme alguna vez?
-Vaya que sí. En cuanto pase la siembra he de subir. Con la faena que hay ahora, no se puede parar.
 ***
Desde la Algecira, a orillas del río Guadalope es fácil imaginar el ventanuco-balcón desde donde la Purisma, la mejor amiga de la vieja, la arroparía con sus palabras esa madrugada en que llevaba a su hombre a casa de Ismael para poder darle tierra dignamente.
Su dolor sería grande pero su actuar está en todo momento regido por la cabeza, asimilando la muerte como un proceso natural como mujer sobria y recia que es, acostumbrada al sufrimiento, a la soledad y al silencio de las montañas.
Entra sencillamente en el juego dialéctico de la vida y la muerte al igual que con su amiga Concha, La Purisma, pues sabe que nunca subirá a verla a la masada, tiene desde hace muchos años una pierna tiesa y pegada al cuerpo como un hierro, lo que le dificulta para realizar hasta lo más esencial, que según dice ella es ”echarle a las gallinas”; pero a la vieja le gusta sentirse apreciada y seguirle la narración de los aconteceres y juegos entre los masoveros . La conversación sea cual fuere es buena, sobre todo cuando la soledad aprieta.
Y es que desde allí, desde su puesto de vigía, mirando la Carcama, muro rocoso cuyas paredes se elevan al cielo varios centenares de metros, crees oír el retumbe de los truenos en los días veraniegos e incluso llegas a pensar que el “Buzón “ piedra agrietada en su centro, de ahí el nombre, y el “Puntal”, vértice erosionado hacia el infinito, son producto de estas luchas telúricas, que se desencadenan entre gigantes y polifemos por el dominio de la montaña.
También es fácil de imaginar, al contemplar estos picos, por qué caminos estrechos y pedregosos bajaría la vieja desde la umbría hasta Castelbejal, tirando del ramal y llevando a lomos de su mula Rosa esa carga tan preciada; para subir horas más tarde con el leve peso de su ataúd, donde dormiría cada noche desde entonces, para evitar que nadie volviera hacer la romería fúnebre que ella inauguró.
No puedo dejar de pensar en la similitud que existe entre esta mujer sin nombre propio aparente, aunque “la vieja” lleva ya implícita para siempre su eterna identidad, y Pilar, la hermana de “José, el hombre del Pirineo”, aunándolas en su dignidad ensoledada cuando ambas, sin el hombre de la casa, deben encargarse de mantener una herencia de siglos.
Cuando llegamos a la Algecira unas notas al piano nos preceden a la entrada del caserío, avanzamos como unos descubridores por sus calles estrechas, recogidas, restauradas o mantenidas en su origen pero altivas en su posible ruina y habitadas gran parte de los fines de semana por los amantes de su terruño. Quizá vuelven tras la felicidad, que entienden, quedó en su casa estancada como los viejos olores en las alacenas, pero también se sienten como una piña, no quieren que lo suyo muera y juntos organizan la lotería de navidad con cuya recaudación subvencionan el coste de actos culturales y festivos de todo el año, además han rehabilitado también el horno, los lavaderos y un centro cultural.

Y orgullosos tanto de haber sido protagonistas en parte, del libro El Fragor del agua, como de que un maestro árabe de los RR.CC., tuviera allí sus aposentos.
Nos deja impactados y nos acercamos a ello, efectivamente en la parte superior de una ventana vislumbramos un blasón en altorrelieve con una granada en su centro. De igual manera, recalcan, Al-jazira tiene origen árabe y significa “isla”.
En verdad, la Algecira es una isla o más bien un paraíso, vienes de un paisaje árido como la carretera de Ladruñán, a un vergel con un microclima especial, atravesado por un Guadalope bordeado de numerosa vegetación salpicada de granados, olivos, rebollos y frutales de sugerentes colores. ¡Esto sí que es desconectar del mundanal ruido!
Además entre la sombra y la luz tamizada de sus orillas, una encrucijada de caminos se abre ante ti, donde libremente puedes tomar diversas alternativas.
Vueltos de espaldas a la corriente del río y mirando al frente, ya tenemos una, la Cueva Cambriles, mítico refugio sobre un gran risco, bastante desconocido hasta hace poco donde vivieron como ”topos” personas que querían salir de la zona republicana para evitar represalias.
Cambriles
De esto saben mucho los vecinos de los alrededores y allí mismo, junto al Guadalope, tuvimos la suerte de hablar con, llamémosle Julia por ejemplo, una mujer que sorteando el murmullo de las aguas, nos relata cómo su abuelo había sido el enlace durante mucho tiempo de los allí refugiados: les llevaba comida, noticias de los pueblos o hacía de correo, pero que curiosamente, si pasaron a lo largo de la habitabilidad de la cueva cien personas, solo una, un veterinario de ZA terminada la contienda iba de vez en cuando a verlo y a agradecerle su actuación, ya que para salvarlos puso en peligro su propia vida y la de su familia.
Por supuesto habrá miles de versiones en torno a este retazo de historia porque el Diario de la sociedad secreta que allí se constituyó nunca se ha encontrado.
El autor de este libro -Giménez Corbatón-, junto a Pedro Pérez y a cargo de “Amarga Memoria” han editado un libro titulado Cambriles.
La otra alternativa que elegimos cuando la tarde iba de caída, fue llegar caminando hasta la Central Eléctrica del Maestrazgo o Cantalar. A lo largo del recorrido, cual un jardín botánico anárquico y silvestre entre vastos espacios al principio que se fueron reduciendo a una tortuosa senda, observamos que grandes piedras crean obstáculos en las aguas, piedras desgajadas desde hace tiempo de la Carcama que llegan hasta el borde del pantano de Santolea, de ahí el nombre con que se conoce la central, Cantalar.
Acabábamos de hablar por teléfono con Giménez Corbatón, sobre la ruta literaria que estábamos haciendo y en concreto sobre esta Central a la que está ligado afectivamente y donde pasó muchas épocas de su niñez, y ya nos avisó que con el segundo recrecimiento del pantano estaba muy disgustado porque poco a poco iba desapareciendo bajo las aguas la Central, el molino familiar y la casa. Gracias José, por compartir con tus lectores la maravilla de estas historias de nuestro reciente pasado.
Pudimos acceder hasta el lugar, la maquinaria oxidada guardaba su antigua grandiosidad, parte del tejado del molino hundido, en verdad nos pareció que se iba acercando a los restos de un naufragio. La planta baja de la casa anegada dejaba el tendedero al borde del agua y las pinzas eran como barcos a la deriva, presos de un cordel misterioso del cual no podían zafarse.
Mítica esta Central y con una situación estratégica única, dos veces fue dinamitada, en la Guerra Civil y en la madrugada del 16-8-1946 por los maquis, pero según su abuela, “con mucha educación para desalojarlos y sin muerte alguna”.
Volvemos de nuevo al remanso del barrio de la Algecira y contemplamos otros recorridos, se puede ir también a unas pinturas rupestres, al puente de Fonseca y a los estrechos del río Guadalope, pero como estamos a mitad de otoño y la luz va aminorando, optamos por subir los dos km que nos separan de Ladruñán e iniciar los 750 m hasta Crespol (en los relatos Castelbejal de Crespol). Rutas que no hubiéramos encontrado sin el asesoramiento de nuestros compañeros del instituto, Fernando Muñoz y Mª Jesús Pérez.
Ladruñan es el núcleo central de ambos barrios, en otros tiempos pueblo olvidado y destino a modo de castigo para maestros que no comulgaban con el régimen, como nos relataba una antigua compañera que lo sufrió, no por sus gentes cálidas y solidarias sino por la distancia de sus comunicaciones y la lejanía de los pocos avances de la civilización que existían entonces, como el agua corriente y la luz.
Hoy está cuidado por sus habitantes tanto por los nativos como por los neo-rurales que allí se han asentado, desde Barcelona, Almería, o Canarias, algunos incluso antes de la seducción de la electricidad. Pero este año es el primero que no tiene escuela.
Al vagar por sus calles tanto antaño como ahora, me figuro que abriéndose grietas entre el silencio, se escucharía la sonoridad del agua. Como nos dijo José, el personaje que más sabe del pueblo según nos informaron y él nos confirmó: ”Uff, soy…cuando me sueltan, buen conocedor del término, palmo a palmo y de las historias que aquí se vivieron en la guerra y la postguerra".
Y sí "El agua nace en el Güergo, ladera abajo".
Pero no hacía falta saberlo porque durante todo el tiempo y en todo momento de la ruta, el murmullo nos acompañó allá donde estuviéramos, como si la Quebrada hiciera el papel de una muralla devolviéndonos donde fuéramos, el eco de la sonoridad del fluir del agua.
Ya lo decía Próspero a su vieja en su último viaje desde la Umbría:
-¿Sabes? Debajo de la Quebrada hay agua.
-¿Qué?
-Tenías tú razón, no era el viento como decía tu padre. Bajo la Quebrada corre el agua.
-¿Quién te lo ha dicho?
-Ahora lo sé

En los relatos de esta tierra del Maestrazgo el centro de todas las masadas es Crespol. En la actualidad solo queda alguna casa abierta, muchas derruidas y un albergue a medio cerrar, aunque abducidos ya por los personajes de esta historia es fácil situar la casa del médico, las escuelas, el taller del cestero, la casa de Lucita adonde vino Laura huyendo desde Barcelona de una vida que no le satisfacía ya en el último relato, el camino que haría Laureano el cartero, el mismo que le hacía llegar las cartas del americano a la Nuncia ante el silencio omnipresente de Rosildo, su marido.
Su aventura, mezcla de pasión, amor, ternura, guerrilla y fuerzas del orden, vapulea nuestra sensibilidad y nos hace rebelarnos a los obstáculos que encadenaban a su destino a cada uno de sus protagonistas.
El Mas del Río donde vivían y la Fuente la Noguera, en aquella mañana cuando la Nuncia se encontró con el cabo Bricio, va a quedar en nuestro subconsciente colectivo como una renuncia al futuro para estos personajes que posiblemente iban buscando y anhelando en medio de toda esta tragedia, encontrar un cielo en la tierra.
Rememoraba en la carta aquel gozo del Barrranco Gómez... a media hora de la Fuente de la Noguera, quedando allí mi gozo y dolor de mujer clandestina, de hembra colmada y oculta.
De regreso, ella sola…mirando de lejos a Rosildo no vio al cabo Bricio y a dos Guardias que le aguardaban sentados junto a la fuente.
***
-¿De dónde vienes tan temprano Nuncia? ¿Y cómo es que vas hacia el pueblo?
Rosildo se aproximaba por un lado cuando contestó con la mayor entereza posible:
-He dado un paseo. ¿Está prohibido?
-¡Vamos Nuncia ¡ ¿Habré de vigilarte?
Con este frío no vienen ganas de pasear. Nosotros sí que lo hacemos porque no nos quedan más leches. Y así será mientras nos sigáis jodiendo entre unos y otros.
-Con este frío se va a la oliva, cabo, con todos mis respetos y si tiene a bien que le dé una explicación por la chica.
Era la voz de Rosildo.
***
El día que llegó la última carta, Rosildo había subido con la mula hasta Crespol.
Tampoco en aquella ocasión pensamos en recibir correo, pues hacía más de dos años que no nos escribía nadie, precisamente desde que supimos por última vez de Generoso a través de una carta oficial.
Dejó la carta sobre la mesa mezclada con lo de la mercería y siguió abandonado al sonoro silencio de su insomnio permanente
Y así podríamos ir mentando cada masía, cada dolor de sus moradores, en aquellos años en que se conjuraban numerosos factores: el de la migración, el espejismo de la ciudad, la última lucha por las libertades, el apego al poder caciquil, el desarraigo afectivo y las soledades yermas, llevándonos a la añoranza de un mundo que ya no existe, pero que algunos aun vislumbramos en sus últimos estertores.
Nota-El nombre de las masadas no coincide con la realidad de este territorio, probablemente “La Umbría” se sitúe por Valderrobres, “Mas del Río” por Rubielos, o “La Peña Blanca”, entre otras que aparecen en el texto, en Noguera. ¡Pero qué más da, aquí bien podía haber ocurrido esto, ya que  "viejas” o Nuncias también entre estos montes existieron!


Hasta llegar a estos parajes literarios, nada más abandonar la carretera general hacia Alcañiz, hemos paseado por Ejulve, conocido allí a catalanes de adopción que han vuelto al pueblo en busca de un trabajo perdido en la llamada “Europa” de los años 70, y saboreado sus excelentes quesos, bien sean fritos o crudos. Todavía con este sabor y de paso hacia La Zoma, observamos cómo está afectada la vegetación por el gran incendio de El Maestrazgo, aunque recuperándose paulatinamente los bosques de carrasca, pino y sabina.
Haciendo camino por serpenteante carretera pero admirables parajes, a nuestra vereda parece que los estratos se levantan rebeldemente hasta el infinito, como si jugaran al corre-que-te-pillo, recordándonos la frase de mi profesor de Geografía, José Luis Simón, ante estos fenómenos geológicos: “Donde la tierra se retuerce, allá el telón de la eternidad se levanta”.
Y atravesando desiertos yermos aterrizamos en Cuevas de Cañart, quedando boquiabiertos al entrar ante el Convento de los Servitas. Es como un esqueleto a cielo abierto con sus naves desmochadas hablándonos de su grandiosidad desde el s.XV.
Los Servitas son los siervos de María por eso en el arco de la portada se representa la Piedad recortada hacia lo azul. El interior, refugio de hierbas y matojos, tras sus paredes policromadas nos va enseñando los estucos con diferentes escenas bíblicas. Me impresionó en especial, una que hay en el ábside de la derecha de lo que fue el altar mayor “La Huida a Egipto” y me pareció como un augurio de lo que años más tarde vivirían sus gentes.
Esta orden fundada en Florencia en 1233, se instaló en el pueblo en 1497, primero en una cueva, luego en un cenobio de mampostería en la ladera, hasta que derrumbado por la naturaleza se inaugura en 1790 el “Convento de San Miguel de los Servitas” en el emplazamiento que ahora contemplamos, con todo el barroco y detalles rococós a la moda del momento.
En el primer tercio del siglo XIX fue desamortizado por Mendizábal, y en las guerras carlistas Cabrera instaló allí un hospital, destruido en 1840 por Espartero para que no volviera jamás a ser utilizado.
Estos monjes de hábito negro y seguidores de la regla de San Agustín se afincaron también en otros lugares y otros países, hoy día se calculan unos 1500 frailes, y allí en el pueblo nos contaron que en el año 2010 regresaron a Cuevas de Cañart para llevar a cabo un Capítulo de la Orden como una conjuración a lejanos recuerdos y un homenaje a sus orígenes; pero esta vez el espacio fue el hotel-spa del pueblo, flanqueado por unas cristaleras hacia la frondosa vegetación de su término.
Dejamos este pueblo, Cuevas de Cañart, con su sabor a eternidad entre los muros policromados y servitas  y nos quedan aún más sorpresas: de repente un extremo del pantano de Santolea nos sale al paso y los restos de unas casas destripadas y semiderruidas, constatando que no existe la iglesia, centro de cualquier agrupación humana. Estos escombros  desvencijados nos miran con ojos vacíos desde lo alto de la planicie, asomándose descaradamente hacia la vertiente de las aguas. Son  como “una sucesión de esqueletos rotos contra la tarde”, como diría Labordeta.
 Es –era- el pueblo de Santolea, derribado en los años 60 por las excavadoras de la CHE, su iglesia destruida y desaparecida, su cementerio expoliado, sus habitantes desafectos de sus tierras, porque primero se las expropiaron para anegarlas y luego cuando no les quedó más remedio pues de qué iban a vivir, abandonaron, se autoexiliaron. Así esas casas llenas de promesas de futuro y  arrojo vital se cerraron y con ellas llegó el abatimiento de los pueblos que en él se sustentaban, Ladruñán y Castellote, especialmente el primero.

Castellote, antiguo enclave templario, aminoró su crecimiento pero se mantuvo, siendo hoy el centro de la capitalidad. Fueron sus minas, sus vías de comunicación y su población mayoritaria la que al amparo de las comarcas logró renacer, siendo en la actualidad  un lugar de encuentros lúdicos y culturales.
De su patrimonio, lo más resaltado, aparte de la espléndida arquitectura popular del casco antiguo, es el castillo en la parte más elevada, destacando dentro la torre del homenaje y  los trazos de su sala capitular, con planta rectangular y dentro de la tradición románica.
Existen claramente los perfiles  de los antiguos  aljibes, las estelas del recinto originario y las sucesivas fases por las que pasó. La última a cargo de los carlistas y bombardeada por los liberales, de ahí su actual ruina.
Tras el castillo esbozado un importante acueducto sobre arcos de medio punto y el Llovedor, ermita del s. XVIII encajada entre rocas.
Después de tanta trápala, nada mejor  para el descanso del guerrero o guerrera,  que el Hostal de Castellote, cálido, familiar, exquisito y con una gran colección de botijos en cerámica, llevados por sus clientes desde los puntos más extremos. Véase la  revista “Verde Teruel” nº 21.
Al terminar este libro  El fragor del agua, que forma una tetralogía compuesta por Tampoco esta vez dirían nada, La fábrica de huesos y el reciente Voces al alba te queda una sensación de que siga más  y a la vez  un gusto agridulce por este mundo rural que inexorablemente va desapareciendo y del que todos de alguna manera venimos y formamos parte de él.
Las masadas, que en su tiempo tuvieron una gran importancia socioeconómica, presentan un especial interés arquitectónico así como un patrimonio etnológico que no podemos perder a pesar de que los conflictos del s. XIX y XX tuvieron un papel fundamental en el expolio y abandono de esta forma de vida. Se calcula que por lo menos 200 mases aún están en uso, aparte del nuevo universo que se ha abierto con la restauración de masías como casas rurales u hoteles con encanto.
Las siete historias que componen El fragor…, salvo la primera, se desarrollan tras la guerra civil y son retazos que enhebran con fina aguja los sentimientos de estas gentes supervivientes en una áspera tierra, donde la palabra no es su principio vital pero son pura bravura y no les tiembla la mano a la hora de luchar contra la adversidad del terruño, buscando probablemente mitigar con ello el rigor con  que les tocó vivir.
Con denuedo, se afanaron en proteger esa forma de vida mantenida durante generaciones  por hombres y mujeres luchadores, héroes anónimos, a merced tantas veces de un destino incierto. Y a la vez ¡cuántos hijos de “Las Nuncias” se marcharían desaforados en busca de una nueva vida y de algo más que el paso de los paisajes recorriendo las estaciones!
Es un viaje de sentimientos encontrados, de colores y sabores, de sensaciones desbordantes, de añoranzas, de respeto a sus moradores, a los de antes y a  los de ahora.
Es un viaje donde se conjura el presente y el pasado, reforzándonos más en  la idea de que si el devenir histórico se hubiera desarrollado de otra forma, a lo mejor se podría haber salvado del expolio interior y exterior a tantas tierras,  a tantas gentes… ¡Tantos sueños rotos!
                                                                                   Carmen García Royo

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